lunes, 17 de enero de 2011

Riosucio despide al diablo


Rubén Darío Varela

Aún en las panaderías, las mesas de billar, las casas, las tiendas, los restaurantes, los dos únicos parques y hasta en la mismísima iglesia de Riosucio, Caldas, el fervor de tener al diablo rojo, imponente, con manillas verdes, flauta, cabeza movible y cachos grandes, todavía se siente.


Los trajes rojos, los maquillajes naranjas y negros con representación de Satanás, las carpas negras y el adorno de los cachos rojos se convirtieron en el centro de atracción por estos días, no sólo en nuestro país, sino en todo el mundo.


A través de la televisión, la radio y el internet, una vez más Colombia fue testigo de una tradición que surgió de la disputa de dos comunidades antagónicas, La Montaña y Quiebralomo, ahora Riosucio y en donde el diablo hizo y aún sigue haciendo de las suyas.


Y aunque esta noche sus cachos cafés arderán en llamas con su tenedor plateado, adornado con su culebra verde y venenosa en el tradicional entierro del calabazo en la Plaza de San Sebastián, su imagen quedará impregnada en los corazones de un pueblo que cada dos años le rinde culto al personaje mítico que fue el responsable de unir a dos pueblos separados por dos iglesias y dos parques.


Ahora, desde el más pequeño de las familias más tradicionales de este municipio hasta el mismo creador de la réplica de Lucifer de este año, Gonzalo Díaz Ladino, esperan en el día de hoy que llegue la noche, y con ella la hora de despedir a "Su majestad" como se merece, con poemas, cantos y alabanzas, quizás inspirados en las llamas del infierno, la noche o tal vez en aquellas míticas historias propias de los matachines de Riosucio que aseguraban que el diablo rondaba por las calles del pueblo a las 5:00 a. m., 12:00 del mediodía, 6:00 p. m. y a la media noche.


Entonces un ave maría y un padre nuestro a estas horas, que se lo echaba hasta los borrachines y las viejas más chismosas de Riosucio, en aquella época en la que el diablo hacía y deshacía, empezó a forjarse como una tradición propia de los riosuceños, quienes, pese al paso del tiempo, aún se siguen echando la bendición a estas horas, así sea con la presencia del diablo, que hoy con su mirada luminosa, muy tieso y muy majo continúa irónicamente tocando su flauta y girando su cabeza de demonio al lado de la iglesia en la Plaza de San Sebastián.


Mientras tanto, más de un matachín, de esos, según el chismorreo del pueblo "viejo zorros", pero al fin y al cabo personaje simbólico del carnaval, se la han pasado al pie del diablo, orándole y engalanando los colores y formas de su llamativo cuerpo.


No se sabe si algunos de ellos son descendientes de matachines que se la pasaban rondando con guarapo por las calles de Riosucio un 6 de enero para ver la entrada triunfal del diablo como "Chuchuy", "Tatines", el inolvidable "Lunarejo" o "Campiño", quien según los mitos solía esperar al diablo vestido de azul.


Lo que sí se sabe es que el pasado sábado, cuando la algarabía se escuchaba en el rincón de cada vivienda y cada calle de Riosucio a falta de poco tiempo para llegar la noche y esperar la entrada triunfante del diablo, por todo el pueblo deambulaban los famosos matachines.


Una vez la hora esperada llegó, y el diablo rojo arribó entre al pueblo que lo aclamaba con gritos y tenedores, ellos se acercaron para alabar su color, su majestuosidad y su privilegio de ser el diablo adorado, aunque sea por unos días, porque a partir de esta noche, el diablo rojo de potentes alas negras pasará a la historia.

El Carnaval de Riosucio sacó del averno al diablo y lo volvió un gocetas ( I )




Augusto Mejía González

Muchos han querido hacer coincidir el 7 de agosto de 1819, efemérides de nuestra Independencia, con la misma fecha del surgimiento de Riosucio, como población en ciernes.



Al pie del monte del cerro del Ingrumá, que para los indígenas de la región significaba “Roca dura”, los alrededores estaban escindidos en dos caseríos: los de la “Quiebra loma”, zona minera y de dominio español, donde el oro refulgía, presididos por el sacerdote José Ramón Bueno, oriundo de Popayán y defensor de la causa realista; y los “Indios de la Montaña”, donde el oro más refulgía, presididos por el sacerdote José Bonifacio Bonafón, defensor de la causa libertadora de los patriotas. En la que hoy se conoce como la calle del comercio, los dos sacerdotes, entre los años de 1814 y 1819, prohijaron la consolidación de un solo pueblo, amenazándolos con el castigo de los tridentes del Diablo, a quienes no acataran la solicitud de la armonía y la convivencia.



Siendo presidente de Colombia Don Pedro Alcántara Herrán, en 1842, pasó por esos lares y recogiendo el deseo de unión de todos sus habitantes, así lo propuso al gobernador del Cauca- en Popayán-, provincia que hasta allí llegaba; sugerencia que acoge el gobernador quien promulgó el Decreto que creaba un solo Distrito, el de Riosucio, en el año de 1.846.



En 1.820, el ingeniero alemán Juan Federico Bayer, hace el trazado del casco urbano; y en 1827 los franceses Roulín y el sabio Juan Bautista Bouesingault, realizan los estudios del subsuelo, encontrándolos compuestos de areniscas, arcillositas, andesitas, cenizas volcánicas, coluvios, río dacita y hornbliéndica. Pero no hay una fecha exacta de la fundación de Riosucio; como sí conocemos la de la mayoría de los pueblos de la nación, al estilo del acta de fundación de Santa Fe de Bogotá por don Gonzalo Jiménez de Quesada.


Confundidos en un haz de corazones, las tres razas, comportando sus cualidades y defectos, depositan en los vientres poderosos las simientes para maridarse en entrañable mestizaje: la alegría de los negros, con la taciturnidad y malicia de los indígenas y con la sobriedad de los blancos españoles y otros europeos.


Bajo el auspicio de la actividad minera, Riosucio se va configurando como una población similar en su arquitectura a la de los pueblos de la “Mama grande”, (Antioquia), construyendo sobre la angosta meseta inclinada, preciosas casas en bahareque, en donde sobresale el artilugio de sus balcones, tan primorosamente elaborados, trayéndonos la reminiscencia de pueblos hermanos como, Jardín y Sonsón.


Para romper la monotonía del diario transcurrir, la mayoría de los pueblos hacen periódicamente un suspenso de sus actividades cotidianas para dar paso a la lúdica, potencial característica del ser humano, que forma parte del “homo ludens”, que nunca es más completo que cuando juega y saca a relucir todas sus cualidades físicas e intelectuales, instintivas y morales, en un acoplado funcionamiento, según H.J.Huizinga.



Esta estupenda manifestación del desahogo colectivo, que es el Carnaval de Riosucio, se consolidó hace 100 años, en 1911, y sin lugar a dudas, es la más auténtica fiesta cultural y de contenido democrático que tiene Colombia, como lo siente el doctor Saúl Antonio Ospina González, vigía del Patrimonio Cultural del municipio.

CARTA AL PUEBLO ENDIABLADO